En un momento en que la lucha contra el cambio climático y la transición hacia energías más limpias se han convertido en prioridades estrategicas, es lamentable presenciar cómo un ambicioso proyecto verde se convierte en una historia de fracaso y derroche. La planta de producción de hidrógeno en Lloseta, inaugurada en marzo de 2022 con gran fanfarria y presencia de autoridades, ha sido una muestra triste y desafortunada de la ineficacia y falta de previsión del gobierno autonómico de las Islas Baleares, liderado por Francina Armengol.
Uno de los aspectos más llamativos de este fiasco es la participación del vicepresidente, Juan Pedro Yllanes. Bajo su dirección, la planta de hidrógeno fue presentada como un hito pionero en Europa, con el potencial de desempeñar un papel significativo en la descarbonización de la economía de Baleares y en el avance hacia la soberanía energética. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, queda claro que esta inauguración ostentosa fue poco más que un espejismo, ya que la planta apenas ha funcionado debido a un problema de diseño fundamental en el electrolizador.
El electrolizador, un componente esencial para la producción de hidrógeno, fue suministrado por la empresa Accelera, una subsidiaria del grupo norteamericano Cummins. Este dispositivo debería haber desempeñado un papel crucial en la descomposición de moléculas de agua en átomos de oxígeno e hidrógeno, lo que habría permitido utilizar el hidrógeno como combustible para autobuses y hoteles en Palma, así como en otros sectores industriales y residenciales. Sin embargo, desde el inicio, el diseño defectuoso del electrolizador se convirtió en un obstáculo insuperable.
Aún más sorprendente es el hecho de que el propio fabricante, Accelera, fuera quien advirtiera sobre los problemas de diseño no solo en la planta de Lloseta, sino en todos los dispositivos de su serie. A pesar de esta advertencia, la planta fue inaugurada con pompa y circunstancia, solo para descubrirse después que era incapaz de cumplir con su función. El tiempo perdido y los recursos desperdiciados en esta empresa mal concebida reflejan una falta alarmante de diligencia debida por parte del gobierno autonómico y sus socios involucrados en el proyecto.
La inversión de 50 millones de euros en esta planta, con una contribución adicional de 10 millones de la Unión Europea, se ve ahora como un gasto extravagante y poco justificable. Mientras que se promocionaba como una solución clave para la descarbonización y la generación de energía sostenible, la planta de hidrógeno en Lloseta ha estado prácticamente inoperante durante más de un año y medio. Los objetivos de ahorro de CO2 y la visión de un futuro energético más limpio y eficiente parecen haber quedado en el olvido.
En última instancia, este fiasco plantea serias preguntas sobre la capacidad de liderazgo y toma de decisiones del gobierno autonómico de Francina Armengol. La falta de supervisión y la falta de respuesta a las advertencias del fabricante son indicativas de una gestión deficiente y de una desconexión de las realidades técnicas y prácticas del proyecto. La planta de producción de hidrógeno en Lloseta se ha convertido en un monumento a la ineficacia y el derroche, una promesa incumplida que mina la credibilidad de las autoridades y socava los esfuerzos genuinos hacia una transición energética sostenible.
A medida que la comunidad internacional continúa su lucha por un futuro más limpio y sostenible, ejemplos como el de la planta de hidrógeno en Lloseta deben servir como recordatorios inquietantes de los riesgos de la mala planificación y la falta de responsabilidad en la búsqueda de soluciones ambientales. Es imperativo que los líderes y responsables rindan cuentas por sus decisiones y acciones, y que se promueva una cultura de transparencia y responsabilidad en la búsqueda de un futuro energético más brillante.