La guerra, con su capacidad devastadora, continúa dejando huellas imborrables en la historia de la humanidad. Ucrania, un país que ha sido escenario de conflictos durante años, vuelve a ser testigo de una de las atrocidades más desgarradoras de la guerra moderna. El pasado jueves, la pequeña localidad de Kupiansk, situada en la región de Járkov, vivió una tragedia que quedará marcada en la memoria colectiva de sus habitantes y del mundo entero.
Mientras la vida seguía su curso en Groza, una aldea cercana de apenas 300 almas, sus habitantes se reunieron en la cafetería y tienda local, buscando consuelo tras el funeral de uno de los suyos. Sin embargo, lo que debió ser un momento de unión y solidaridad se transformó en una escena dantesca cuando, a las 13.15, un bombardeo del Ejército ruso redujo a escombros ambos establecimientos. El saldo: más de medio centenar de vidas perdidas, incluida la de un inocente niño de cinco años.
Desde Granada, España, donde participaba en una reunión de la Comunidad Política Europea, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, no tardó en condenar este acto, calificándolo de «crimen brutal» y «absolutamente deliberado». Las palabras del mandatario reflejan el dolor y la indignación de una nación que, una vez más, llora a sus muertos.
La guerra, en su naturaleza cruel e implacable, no distingue entre combatientes y civiles, entre adultos y niños. Es un monstruo que devora todo a su paso, dejando tras de sí solo destrucción y sufrimiento. Como bien dijo el célebre escritor Ernest Hemingway: «Nunca hay un final para París y la memoria de cada persona que ha vivido en ella difiere de la de cualquier otra. Siempre tendremos París, una París que es una parte de nosotros. Pero la guerra es como un terremoto que destruye todo».
Hoy, al recordar la tragedia de Kupiansk, hacemos un llamado a la paz y a la concordia entre las naciones. Que la memoria de las víctimas sirva como un recordatorio constante de los horrores de la guerra y de la urgente necesidad de construir un mundo más justo y pacífico. Porque, en palabras de Hemingway, «la guerra es una cosa de la que uno se avergüenza cuando es joven y de la que se enorgullece cuando es viejo». Lamentemos la guerra, y busquemos siempre la paz.