Pedro Sánchez ha sido reelegido como presidente del Gobierno español, logrando la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados con 179 votos a favor y 171 en contra. Esta victoria llega tras una tensa negociación con diversos partidos, incluyendo Junts, ERC, PNV, Bildu, BNG y Coalición Canaria. La legislatura se vislumbra complicada, marcada por la presión constante del independentismo catalán, especialmente de Junts y su portavoz en Bruselas, Carles Puigdemont.
El nuevo mandato de Sánchez se ve desafiado por varias cuestiones polémicas, como la concesión de una amnistía a los condenados por el proceso soberanista catalán y las demandas del nacionalismo e independentismo catalán. La estrategia de Sánchez parece centrarse en la confrontación con la oposición, especialmente con el PP, y en la negociación con los secesionistas, en busca de un «reencuentro» y «convivencia».
El líder socialista ha aceptado las exigencias del independentismo y el nacionalismo, lo que ha generado un ambiente de oposición en las calles, con manifestaciones en contra de la amnistía. Sánchez se enfrenta ahora al desafío de formar un gobierno que atienda las demandas de sus aliados, mientras gestiona un contexto político fracturado, con una oposición liderada por el PP y un Senado en manos de los populares.
El mandato de Sánchez se presenta como un equilibrio delicado, condicionado por la aprobación de la ley de amnistía y los presupuestos del Estado, y la necesidad de navegar entre las peticiones económicas de sus aliados y las reglas fiscales europeas. La nueva dinámica política en el Congreso destaca la influencia del independentismo catalán, lo que pone en duda la estabilidad del Gobierno. En este escenario, Sánchez debe manejar pactos complejos que incluyen traspasos competenciales y negociaciones sobre identidad y autodeterminación, bajo la atenta mirada de unos aliados que desconfían de su palabra.