La crisis diplomática entre México y Ecuador alcanza su punto álgido con la ruptura de relaciones tras el asalto a la embajada mexicana en Quito y la detención del ex vicepresidente correísta Jorge Glas. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ordenó esta medida luego de que un contingente policial ecuatoriano irrumpiera en la legación mexicana para arrestar a Glas, quien se encontraba refugiado allí desde hace casi cuatro meses.
El asalto, ocurrido durante la noche, fue precedido por un pulso entre los presidentes de ambos países, en el que López Obrador tachó de «facho» al presidente ecuatoriano, Daniel Noboa. La detención de Glas, condenado por corrupción, puso fin al asilo político otorgado por el gobierno mexicano, generando una reacción triunfal del prófugo que quedó eclipsada por la operación policial.
El encargado de negocios de la embajada mexicana en Quito, Roberto Canseco, denunció la violación del derecho internacional y la soberanía mexicana durante el operativo. Este incidente llevó a López Obrador a ordenar la ruptura de relaciones diplomáticas, mientras que Ecuador previamente había expulsado a la embajadora mexicana en respuesta a declaraciones polémicas del presidente mexicano sobre un magnicidio ocurrido en el país andino.
El gobierno ecuatoriano justificó la detención de Glas argumentando que había abusado de los privilegios diplomáticos concedidos y que el asilo político otorgado era contrario al marco jurídico convencional. Este episodio marca un precedente negativo y peligroso según expertos, quienes advierten sobre las consecuencias de cruzar ciertos límites en las relaciones internacionales.
La crisis entre México y Ecuador resalta la fragilidad de las relaciones diplomáticas en América Latina y el desafío que representan las acciones unilaterales que socavan la soberanía y el orden internacional establecido.